Un amor mío

Cómo van a entender ustedes
el significado de un ‘amor mío’
Que sale de labios hechizados
Que nace en un beso sellado con una promesa intangible
Y en un pacto nunca hecho
Y en una sonrisa que lo dice todo

Díganme cómo les hago comprender
Que el romanticismo no es amor
Si ustedes vomitaron
escuchando Umberto Tozzi

Ustedes
que no quisieron ejercer de gonzo en una mirada
Ni infiltrarse jamás en un pensamiento ajeno

Cómo representa que tengo que explicar yo
Lo que despierta un ‘amor mío’ correspondido
Si nunca quisieron corresponder a nada
Si no supieron identificar la maravillosa virtud
De sentirse perdido
De verse abatido

Si nunca dejaron que les tendieran una mano amable
Que no pide nada
Ni exige menos

Cómo van a entender ustedes que si alguien te entiende
se te aligera el alma
Si ni siquiera quisieron ustedes atender
al colectivismo de su existencia

Paula Baldrich

Los cuerpos se van

I

Se van los cuerpos sin hablar
bajo armas
en vertical
en insomnio
o en versión musical
a medias, a veces
bajo llanto
escombros
glorificados
en injusticia
sin un pedazo de pan
blancos, negros, amarillos
se quedan
quietitos, sin más aire
y se van

II

Se van los cuerpos
de todos
los cercanos, los no conocidos
el del hombre que acabo de cruzar, el de mi mamá
se irán
como los que ya se fueron
porque todos los cuerpos se van
mórbidos, famélicos
simpáticos, en júbilo, tercos, misántropos
cuerpos y cuerpas
se van
sanos o no
estando en Facebook o no
en fuego o en ola
en casa o extranjero
en ayunas en siesta
atragantados atravesados
queriendo o sin imaginar
en cada aliento
en uno solo
en el último
nuestros cuerpos se van

III

Se va el cuerpo
dejando estela
—alma, el alma, o algo—
y creemos que nos habla
y se nos aparece
porque lo extrañamos
y el cuerpo
debe ser que nos extraña

se van
y dejan hueco
y dejan huérfanos
se van en manada
cada día a cada minuto
bum, bum, y nada
les para el corazón
y no regresan

IV

Se van las horas de los cuerpos
los cuerpos a medio beso
medio sueño
a media rabia
se van en medio del te odi…
se van impúdicos
congelando la escena
se van los cuerpitos como han venido
crecidos o nacidos
nacidos y crecidos
se acaban los cuerpos
como se apagan los días
se van
mira
ya se están yendo nuestros cuerpos

a cada rato

                                   de a poco

                                                                         sin avisar

                                                                                                           se van

Paula Baldrich

Las emociones, qué cosas

Ocho meses poniendo huellas en Latinoamérica. Ocho ya. Digo, amigos: viajar es incómodo. Que nadie engañe a nadie. Es duro –de cojones– llegar a un lugar, con toda tu vida a cuestas, sabiendo que nadie te está esperando en él. Los rostros desconocidos intimidan tu mirada, las calles parecen rotas y las noches, ajenas. Nada es casa. Ser nómada implica jugar a tomar decisiones, sabiendo que cada movimiento es decisivo y una mala jugada, fuera del confort, es más pesada. Vivir en la incomodidad requiere paciencia, pero cuando uno se adapta al hábitat… empieza la magia.

Algunos recuerdos marcaron mi alma tanto como los mosquitos selváticos lo hicieron en mi piel. Estábamos en un bus, bordeando el lago Titicaca, saliendo de Perú, entrando a nuestra querida Bolivia. Escuchábamos “Latinoamérica” de Calle 13. Y ahí, con el agua por horizonte, sucedió. Nos miramos, mi compañero y yo. “Soy las muelas de mi boca mascando coca, el otoño con sus hojas desmayadas, los versos escritos bajo la noche estrellada”, sonaba. Teníamos los ojos encharcados y la piel huida. Nos mirábamos con sonrisa, y queríamos estallar a llorar porque las palabras nos habían desbordado. Las emociones, qué cosas.

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Estábamos en la carretera. Con un cartel y el pulgar activo. Habíamos dormido en una comisaría de Uruguay. Unos policías del interior del país nos habían cobijado y dado mate. Eran las siete de la mañana, llovía, no pasaba ni un coche, ni una moto, solo vacas cándidas apiñadas en camiones, directas al más terrenal de los infiernos: el matadero. Me hervía la sangre, pero ese es otro tema. Esperando apareció una ambulancia. Le hicimos señas “¡aquí, aquí!”, decíamos agitando los brazos, desesperados, como si hubiéramos naufragado. Y paró. ¡Paró! Corrimos hasta ella y subimos. Arriba, sentados donde se sientan los que acompañan a los accidentados, nos miramos. Reíamos. Qué sórdido, qué maravilla. Ahí estábamos, llegando a Tacuarembó en ambulancia, después de haber dormido en comisaría.

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Recuerdo la navidad. Estábamos en un remoto pueblo de Bolivia, Villa Serrano. A las nueve de la noche del 24 de diciembre hubo un accidente: un hombre borracho estampó su coche contra otro. Esto era solo el preludio. Durante cuatro días bailamos chuntunquis al ritmo de las zampoñas, adorando al “Niñito” y compartiendo trago con la Pachamama. Un poquito para la tierra, otro poco para nuestros estómagos. “Full joda”, nos decían los chuquisaqueños regalándonos cervezas. Esos jóvenes tenían un aguante formidable. No dormían. No los seguíamos, no los podíamos seguir. Pasamos la navidad bailando y cantando agarrados de la mano copiando a los expertos, bebiendo chicha y riendo, por lo dantesca que nos parecía la situación. Éramos unos privilegiados.

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Cuando llegamos, era tarde. Habíamos tenido imprevistos, y era tarde. Recuerdo pasear corriendo, rápido, para tener tiempo a verlo todo. Recuerdo oír el agua a lo lejos, cada vez más cerca, cada vez más fuerte. Cuando las vi, cuando vi las Cataratas de Iguazú por el lado Argentino, quería llorar. La inmensidad me robó las palabras. Y la energía –Dios, rebosante– me había atrapado. Era un cara a cara sideral. Cuánta vida, pensé mirando los litros y litros de agua que caían como una larga melena blanca. Lo vi todo y me llevé un trozo incrustado. Algunas sensaciones no se olvidan nunca.

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Recuerdo una noche en Montevideo. Celebrábamos no sé qué en nuestro piso y habíamos organizado una fiesta, y tomábamos caipirinha. Sonó Daft Punk, “Lose yourself to dance”, y encontré a mi amigo Fadel. No sé cómo, la música filtró en nuestras venas y empezamos a sacudir caderas, brazos, pies, poseídos por el ritmo. Un espíritu afro desconocido saliendo a relucir. La canción no acababa nunca. El sudor chorreaba por nuestros cuellos y celebrábamos la vida en cada movimiento, en una especie de éxtasis artístico. Nadie nos miraba, estábamos en otra dimensión. Eso fue eterno.

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En la Rainbow Mountain, Perú, sin aliento a 5.200m, bailamos también

Las experiencias de estos meses–muchas, muchas más que estas– han formado montañas y las energías se han vuelto agua. Qué paisaje. Viajar es incómodo. Que nadie engañe a nadie. Pero cuánta adrenalina. Digo, amigos: que viva la América. Esto, aquí, es magia.

 

P.Bal

 

A veces me gusta la gente

Me gusta la gente
que no calla
cuando guarda silencio
La gente que no se avergüenza
por dar los buenos mediodías
y ríe de sus carencias

Los místicos me gustan,
los de alma alegre
los inestables
que tan pronto se adoran como se desprecian
Me gusta la gente que se queda bocabierta
que sueña mientras piensa,
que ama la tierra
Los que brillan en sus ausencias
los impulsivos, activos…
la energía que dejan

Me agradan los que no pretenden ser pretenciosos
Los apasionados
Indignados
Los que buscan soluciones
aunque no tengan problemas

Los implicados, locos, valientes, eufóricos
Me gusta la gente
que se gusta

Y, en general
repito:
a veces,
me gusta la gente

P.Bal

El mar en mis sentidos

Paré, miré, respiré. La brisa primaveral, que nacía por allá, lejos, ensordecía mis oídos y separaba mi corto flequillo. El horizonte me parecía aterrador y, la inmensidad de la costa, demasiado grande para describirla a esa edad. Presionando fuerte la mano áspera y cálida de mi padre, me sentía poderosa y arropada. Él era la ola, yo la orilla. Paseábamos por la playa y reíamos. La arena cuidaba de mis plantas de los pies, mientras yo no me ocupaba de otra cosa más que de disfrutar y rastrear con la mirada conchas en la orilla. Veía muchas, me agachaba a por pocas.

Las olas bailaban al son del viento y nos arrebataban las carcajadas. Yo, ahí, ya era una escandalosa. Lo aprendí de mi padre. Se nos llenaban los ojos de arena, los oídos, las fosas nasales. Todo era arena conquistando nuestros rostros. Y, reíamos. Reíamos porque nos daba igual. Hasta que un inoportuno pincho, un obstáculo escondido en la arena húmeda, un erizo, probablemente, penetró en mi desnuda planta del pie izquierdo. Grité porque vi, en milésimas de segundo, la luna y las estrellas en medio de la oscuridad. “¡Aaaaah!”, bramé llorando, tirándome en la arena. Ese aullido llegó segundos después a los oídos arenosos de mi padre que me había soltado la mano. Y corrió asustado a socorrerme.

Mis lágrimas saladas se mezclaban, en mi cara, con la arena de la playa. Y las gotas de sangre resbalaban por mi pie, desde los brazos de mi padre, tiñendo la playa de un inapreciable color rosado. Buscábamos algún bar abierto para que me curaran la herida. Y encontramos el único. El camarero que conocimos hizo magia en mi pie. Yo, mientras me dejaba curar, cerraba los ojos, la garganta, los oídos, la sensibilidad. Sollozaba exageradamente y fingía estar desmayada.

Recuerdo bien ese día. Me sentí conectada al mar. Reí estúpidamente, lloré como la niña pequeña que era. Saltaba sin preocupaciones y no me importaba ni el viento, ni la arena, ni la herida.

Creo que ese día me enamoré por primera vez. Fue del mar. Del mar calando en mis sentidos. Del mar haciéndome sentir viva.

el mar

P.Bal

No más no nada

Ahora que tienes tiempo para mirar el mar
y ahogarte
y respirar la brisa
y hacer gárgaras con el vino

Ahora que puedes poner los brazos detrás de la cabeza
y bostezar
y enseñar sobacos sin ser visto

Ahora que es tu momento
que mar que brisa que vino
Ahora que brazos cabeza sobacos
Ahora que respiras y bostezas

Ahora que es todo
Ahora que
al final
es nada

P.Bal

Despropósitos

Te sentarás con normalidad
Charlie Hebdo
Germanwings Airlines
Y la Europea
Donald Trump
La independencia de Catalunya
Y poco más

Verás tu cara reflejada en la ventana
y recordarás propósitos
y nada y quizás y puede y no volverá a pasar
y pensarás en las uvas
en los rituales
en el plan de esta noche

Bajarás la cabeza y dirigirás una mirada a tu ombligo
Lo encontrarás peludo y sucio
Y lo tocarás para limpiarlo
Esta noche debe estar perfecto
Pensarás, seguro

Te ducharás y acicalarás
Leerás el periódico
Es la última vez del año que lo hago
Pensarás, seguro

Andarás por la calle
a buscar el mejor bogavante
Y te mirarás los pies
que pisan
con orgullo y con fuerza
Y pensarás en las mejores cosas de este año
Lo pensarás, seguro

Y brincarás, abrazarás, fingirás, evadirás

Lo tendrás todo preparado
para empezar el año sumando despropósitos

 

P.Bal

Poesía vieja, poesía joven

“Un poco de combustible antes de empezar”, anuncia el chileno Óscar Hahn desde el escenario. Coge la botella de agua que está sobre la mesa, la abre, sorbe, la deja. Vuelve a ella, bebe otra vez, la cierra. “Este poema se llama ‘El arte de morir’”, dice rompiendo el silencio expectante. Óscar Hahn, galardonado con el Premio Loewe 2014, abre su iPad y empieza a recitar. Nacido en 1938, el consagrado poeta, más maduro que mayor, deleita al público durante una hora con la serenidad de su obra. ‘Me instalé cuidadosamente doblado/ Entre la ropa blanca del closet/ Sacaste las sábanas de tu cama/ Y me pusiste de sábana de arriba/ Te deslizaste debajo de las tapas/ Y te cubrí centímetro a centímetro’. Los versos del chileno, eróticos en muchas ocasiones, son visuales y evocadores.

PoeMad, Festival de Poesía en Madrid, está celebrando su quinta edición en el Centro Cultural Conde Duque. Durante los días 29, 30 y 31 de octubre, el auditorio acoge recitales tanto de autores consolidados como de nuevos poetas emergentes. Una cita ecléctica que muestra los indiscutibles contrastes entre autores del panorama poético actual. En esta última jornada algunos de los ponentes son Óscar Hahn y los jóvenes Luna Miguel, Jesús Carmona-Robles, Óscar García Sierra y Rocío Torres.

El mexicano Jesús Carmona-Robles leyendo un texto que escribió en el metro

El mexicano Jesús Carmona-Robles leyendo un texto que escribió en el metro

Jesús Carmona-Robles explica por qué los jóvenes están ahí: quieren dar a conocer su nueva antología Pasarás de moda en la que aparecerán poemas de 36 autores jóvenes en español. Ellos cuatro no recitan sus propios poemas, sino los de compañeros ausentes. Jesús Carmona-Robles parece que emule a Allen Ginsberg: su barba, sus gafas, la intensidad de su voz, el sentimiento irrefrenable que sale de dentro y su brazo, que es el acompañante del ritmo frenético de sus palabras. Rocío Torres, de dieciocho años, lee un poema de ataques zombie y otro de amores frustrados. Óscar García Sierra, muy nervioso, se atrabanca en los poemas que lee. Y, como siempre, lo mejor para el final: recita la embarazada Luna Miguel. Ella es, la estrella de los cuatro, la más famosa y un ejemplo y referencia para muchos jóvenes escritores. Ella es la poeta que con veinticuatro años ha publicado once libros.

Óscar Hahn, en el escenario, tiene dificultades para recitar. Dice que tiene bronquitis. Y se nota. Carraspea, bebe agua, fuerza la voz para terminar los poemas dignamente. ‘Entonces fuimos barridos por el huracán/ Y caímos jadeantes en el ojo de la tormenta/ Ahora yaces bañada en transpiración/ Con la vista perdida en el cielorraso/ Y la sábana de arriba/ Aún enredada entre las piernas’. No defrauda a sus oyentes. El calor en la sala y el olor a madera nueva refuerzan la hipnótica atmósfera que el poeta logra con sus palabras desgarradas.

Se puede apreciar la silueta del chileno Óscar Hahn recitando

Se puede apreciar la silueta del chileno Óscar Hahn recitando

En un momento, el chileno, harto ya de los focos y de su impotencia vocal, pide a María Ángeles Naval, presentadora de la jornada, que hable un poco mientras él recupera la voz. “Haz lo que quieras, pero déjame descansar unos minutos”, dice. Entre el público brotan unas risitas. Cuando Óscar Hahn retoma la lectura, habla de la guerra y del papel de ésta en sus poemas. Sin embargo, termina su intervención con “En la tumba del poeta desconocido”: ‘No corrió la suerte de Lorca/ ni de Neruda ni de Eliot/ ni de Rimbaud ni de Rilke/ ni de ninguno de los que duermen/ en túmulos famosos/ Escribió lo que pudo y como pudo/ y su felicidad no fue la fama’.

Los cuatro jóvenes ponientes reivindican a continuación justamente el papel del poeta inexperimentado y un lugar para éste entre los poetas famosos. Durante la pausa entre Óscar Hahn y los cuatros jóvenes, algunos espectadores se van, otros llegan y, el ambiente cambia. Empieza la invasión de chicos y chicas «normcore‟, versión intelectual de «hipster‟, que se saludan los unos a los otros. Algunos componentes del emergente movimiento literario Los Perros Románticos o fans de Tao Lin y la Alt-Lit. Jóvenes que no quieren ser mainstream pero que entre ellos son muy parecidos. Vestidos largos, barbas frondosas, gafas. Bolsas blancas de tela con mensaje: «Shakespeare‟ o «Primavera Sound‟. Muchos son de la Generación de poetas por y para Internet.

El público del Festival de Poesía de Madrid PoeMad, al igual que los poetas, es muy diverso. Esta jornada de poesía personifica tanto el sosiego como la impulsividad. Poesía vieja, poesía joven. La embarazada Luna Miguel, Óscar Hahn y su bronquitis. Cada uno, sin querer, representando una etapa de la vida. Cada uno representando un momento de poesía.

P.Bal

Dicen que es preciosa

El ruido checo intraducible de la sala de fumadores me indujo a reflexionar. El ambiente cargado y ese detestable humo, que a su vez era harto característico, me hicieron entrar en trance sin necesidad de drogas. Me levanté con las piernas entumecidas, fui a la cocina de la cafetería, llamé a la puerta de madera carcomida y pedí la cuenta. “Goodbye”, dijo la camarera alargando el papelito sin reconocerme. “Nashla danou”, contesté yo.

Sillas recicladas, mesas antiguas y cutres, paredes estampadas, suelo de madera corroída y humedad, mucha humedad. Un piano, un sofá vintage, tablas de ajedrez, jazz, swing y creo que blues, bastante blues. “Dobra Trafika es la cafetería más auténtica de Praga”, recordé mientras acariciaba mentalmente la exposición de fotos del pasillo. Anduve como alma en pena o como pena en alma, a saber. El dependiente de la entrada introdujo los datos de mi pedido en ese viejo ordenador al que yo ya tanto cariño le había cogido. “See you soon”, dijo sonriente. “See you soon”, contesté como un lorito. Salí y me permití un segundo para saborear esa bocanada de aire fresco común en las afueras de las grandes ciudades a altas horas de la madrugada. Y respiré una vez más en un inútil intento de conseguir rebajar ese colocón de emociones acumuladas durante un tiempo. En un intento de asimilar que estaba terminando una etapa.

Praga, capital de la República Checa, dicen que es preciosa. Aunque algunos no saben exactamente a qué se refieren.

Cinco meses atrás, cuando bajé del avión, me puse a seguir inconscientemente las pistas de Franz Kafka. Pronto descubrí que lo único que queda del escritor checo que firmaba en alemán es una plaza con su nombre, un museo en su honor y muchos turistas que se llenan la boca con La metamorfosis. Ahora, si alguien me preguntara mi opinión sobre la ciudad diría que Praga no tiene nada que merezca la pena destacar. No tiene grandes museos ni grandes plazas para sacar impresionantes fotografías. Praga no tiene altos rascacielos ni amplias avenidas. Los suelos de toda la ciudad están mal pavimentados, está plagado de turistas y los taxistas timan a todo aquél que no hable checo. Lo bueno es que nadie me pregunta cosas tan concretas, así que nunca lo cuestiono demasiado.

He oído decir que Praga es preciosa. Aunque algunos no saben decir por qué. Ni siquiera yo.

Pronto descubrí también que inconscientemente había encontrado tres lugares donde cobijarme cuando el olor rancio de la moqueta de mi habitación se instalaba en mis neuronas, o en otras partes de mi cabeza. Dobra Trafika, Abstrakt y Akropolis constituyeron los tres vértices de lo que un sabio amigo mío bautizó con “Triángulo de las Bermudas”. Los más auténticos, los más viejos y dejados. Los mugrientos. Esos lugares que apestan y en los que las escenas son siempre sórdidas. Espacios tan cerrados y tan subterráneos que da igual que sea verano u otoño.

“Praga es preciosa”, en muchos idiomas. Y, bla, bla, bla.

Lo fascinante de esta ciudad es que no hay nada visible que sea fascinante. El castillo puede impresionar, el río Vltava, también. The Dancing House o Charles Bridge, puede que también. Old Town Square o The Jewish Court. Muchas fotos. Sin embargo, si alguien me preguntara diría que lo que realmente me gusta de Praga es la actitud reacia de sus habitantes. La esencia de una ciudad introspectiva y a su vez encantadora. El valor o capacidad de no seguir la moda estilística y vestirse y peinarse como les da la gana. Horteras, mucho. Admirables, quizás más. Se mueven como gusanitos entre las callejuelas, pasando desapercibidos entre la marabunta de turistas. Viven una vida casi en paralelo, mostrando su coraza patriótica en muchas ocasiones, reservando sus palabras y mejores sonrisas para los suyos. He mirado y observado a los jóvenes checos, residentes en la capital de Bohemia. No he entendido ni dos solas palabras, pero ríen, se abrazan y gritan mucho. He pisado muchos bares, amanecido en muchas fiestas y he comparado. Los checos beben y viven la música y priorizan eso en las discotecas o antros salvajes. Ahí no se sale a ligar.

Praga tiene dos Pragas: la de los turistas, la de los locales. Sin necesidad de confluir en ningún punto. Una ha sabido convivir con la otra. La otra con la una.

Dicen que Praga es preciosa y lo dicen mucho. Dicen y dicen y yo voy a dejar de decirlo porque no hay que sobrevalorar.

P.Bal